Había terminado la campaña de la siega en la Tierra Baja, ahora les esperaban sus campos repletos de espigas doradas. En sus tierras la cosecha llegaba siempre más tardía por eso aprovechaban e iban a ganar algún dinero allí donde los trigos maduraban antes.
Alejandro, como el resto de segadores no veía el momento de volver a casa. Recogió sus cosas y salió a la calle. Compañeros de Tramacastiel y de otros pueblos vecinos estaban preparados para comenzar el viaje de regreso.
Caía la tarde cuando llegaron a un pueblo que celebraba sus fiestas. Desde el camino se oían las guitarras y bandurrias. Algunos de los segadores, entre ellos Alejandro, se acercaron a la plaza. De pie en un lado contemplaron el baile, los pies bailaban al compás de la música, pero todos sabían que no se podían entretener mucho tiempo. Todos decidieron volver con la cuadrilla, excepto Alejandro que no dejaba de mirar a una mujer morena, guapa y misteriosa.
- Voy enseguida -dijo- Sacó a bailar a esa morena y me reúno con vosotros.
Cuando Alejandro alcanzó a sus compañeros de viaje todos notaron algo extraño en él. A todos les llamó la atención que el muchacho se metía continuamente la mano en el bolsillo de la chaqueta. Alguien le dijo:
- ¿Qué llevas en el bolsillo que no dejas de meter la mano?.
- Nada, sólo estos tres granos de sal gorda -contestó-
A partir de aquel día parece ser que su comportamiento ya no fue normal.
Según se cuenta no paraba quieto en ningún sitio y a veces se quejaba de que alguien, al que él llamaba "el del gorro colorao", le propinaba bofetadas. Andaba por los tejados de las casas espiando a mozas y casadas. A causa de sus andanzas estuvo algún tiempo encarcelado, escapándose en más de una ocasión.
También se dice que vecinos y amigos decidieron remediar los males del muchacho llevándolo a la Iglesia, y que al pisar el suelo de la misma, él salió disparado a la calle quedando allí sus alpargatas.
Información recopilada por la Asociación Cultural "El Vencejo"
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